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APPARATCHIKIS de Mario Castells

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Entrar en Apparatchikis es entrar en una experiencia de la forma. Voces y registros de orígenes mestizos y cruzados. La jerga de la militancia troska con la del lumpen, los barrios de Buenos Aires y los de Rosario, el inglés cotidiano de nuestra lengua porosa con el guaraní de las calles sin asfalto. La revolución mezclada con la poesía y el reviente. O con la poesía del reviente.
Pero en estas páginas ningún registro es gratuito. Castells sabe que, como escribió Marx, la forma no tiene ningún valor a menos que sea la forma de un contenido concreto. Quizá por eso no hace concesiones y se ocupa de lo que un narrador debe hacer y que él sabe tan bien: contar una historia.
¿Y qué cuenta Apparatchikis?
Narra la historia de un grupo específico –una célula de la Universidad de Buenos Aires, un sector del aparato, un partido en descomposición–, en un período específico –la recta final de una campaña electoral en medio de una crisis partidaria–. De las miserias, amores, ilusiones y desilusiones de esos compañeros que navegan entre la revolución, el deseo y la cocaína.
Es decir, Apparatchikis es el reverso de la moneda del realismo socialista: no hay héroes de bronce acá, hay compañeros sangrando.
Pero la novela es también, y sobre todo, la historia de una huida hacia adelante.
Hacia donde está la lucha.
La lucha rabiosa para triunfar.
Porque, como dijo el viejo Nahuel y ni Castells ni los personajes de esta novela olvidan, no hay ningún dios que haya fijado que no podemos hacerlo.

Kike Ferrari