Narcoamores, a modo de corrido

Estamos en el siglo XXI,

tengo 25 años, soy hermosa, ágil, no profeso religión,

me adhiero a la música en cualquier cantina;

pero mírame, Señor, soy frágil,

y los hombres a mi alrededor me disparan con la boca,

aquí sola en mi silla vacía abro los ojos salvajes,

las puertas, Señor, las puertas de este cuarto,

para tragar mi propio vómito.

Mira, uno de estos hombres viene,

agarra mis manos entre sus guantes,

«Sobrado de perro», dice, y pide una botella,

¿lo escuchas?

Escupe sus amores, escupe dinero,

tres o cuatro kilos de coca embutidos en su recto,

una frontera a kilómetros luz, el carro de la policía,

una cicatriz carcomiendo la puntilla de su alma,

y trece muertos guardados en su cartera.

«Cuando voy a la cárcel, enseguida salgo»,

su garra sube por mi pierna,

«vamos a la finca, hay ron, hay nieve,

hay caballos para que los trences»

y pide otra botella.

 

Señor, seriamente te pregunto: si me voy con él,

¿dónde botará mi cuerpo al amanecer?

¿cuánto tiempo tardarán en hallarme?

¿me iré volando con el ave oscura del aire?

 

Condenada a la sed no hay metáfora

que pueda salvarme en este juego de navajas,

solo lenguaje en el que no me reconozco

y estás tú, eternamente tú, completamente tú,

con mi copa entre los dedos.

 

Breve tratado de la melancolía - Stefhany Rojas Wagner

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Narcoamores, a modo de corrido

Estamos en el siglo XXI,

tengo 25 años, soy hermosa, ágil, no profeso religión,

me adhiero a la música en cualquier cantina;

pero mírame, Señor, soy frágil,

y los hombres a mi alrededor me disparan con la boca,

aquí sola en mi silla vacía abro los ojos salvajes,

las puertas, Señor, las puertas de este cuarto,

para tragar mi propio vómito.

Mira, uno de estos hombres viene,

agarra mis manos entre sus guantes,

«Sobrado de perro», dice, y pide una botella,

¿lo escuchas?

Escupe sus amores, escupe dinero,

tres o cuatro kilos de coca embutidos en su recto,

una frontera a kilómetros luz, el carro de la policía,

una cicatriz carcomiendo la puntilla de su alma,

y trece muertos guardados en su cartera.

«Cuando voy a la cárcel, enseguida salgo»,

su garra sube por mi pierna,

«vamos a la finca, hay ron, hay nieve,

hay caballos para que los trences»

y pide otra botella.

 

Señor, seriamente te pregunto: si me voy con él,

¿dónde botará mi cuerpo al amanecer?

¿cuánto tiempo tardarán en hallarme?

¿me iré volando con el ave oscura del aire?

 

Condenada a la sed no hay metáfora

que pueda salvarme en este juego de navajas,

solo lenguaje en el que no me reconozco

y estás tú, eternamente tú, completamente tú,

con mi copa entre los dedos.