150 gramos concibe la poesía en términos materiales ya que se la designa a través de una sensación física: la poesía como un peso determinado en gramos. La escritura de Carlos Martín Eguía se desenvuelve bajo dos coordenadas, la quietud y el movimiento, como si en ese circuito cerrado pudiera acontecer otra posibilidad, la de un cambio de naturaleza: lo quieto, por obra de una combustión, se puede transformar en algo dinámico. Sin embargo, estos poemas narran que, frecuentemente, el cambio se torna imposible, como decir que la transformación hacia un estado mejor resulta una quimera: “(…) otra noche bajo el imperio/ del mismo verano”. Las cosas, las estaciones transcurren morosamente y cualquier enunciado que intente describir o nombrar la realidad, no es más que un “remiendo” o una inútil tentativa.

La poesía de Eguía se amalgama, en ocasiones, con una sintaxis y un conjunto  de palabras que provienen del imaginario científico. No obstante, más que afirmarse en su acreditación de verdad positiva, las palabras se traman como una especie de música que simula, a modo de barniz, la apariencia característica de la textualidad y la burocracia académicas. La poesía de Eguía finge taxonomías e hipótesis en búsqueda de resultados (vitales) que nunca se alcanzan. Al mezclarse con el lenguaje poético (con la ironía de base, discreta, que posee esta escritura), las fases de la verificación que requieren los sistemas científicos empíricos fracasan, no pueden probarse ni concederse como válidos.

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150 gramos concibe la poesía en términos materiales ya que se la designa a través de una sensación física: la poesía como un peso determinado en gramos. La escritura de Carlos Martín Eguía se desenvuelve bajo dos coordenadas, la quietud y el movimiento, como si en ese circuito cerrado pudiera acontecer otra posibilidad, la de un cambio de naturaleza: lo quieto, por obra de una combustión, se puede transformar en algo dinámico. Sin embargo, estos poemas narran que, frecuentemente, el cambio se torna imposible, como decir que la transformación hacia un estado mejor resulta una quimera: “(…) otra noche bajo el imperio/ del mismo verano”. Las cosas, las estaciones transcurren morosamente y cualquier enunciado que intente describir o nombrar la realidad, no es más que un “remiendo” o una inútil tentativa.

La poesía de Eguía se amalgama, en ocasiones, con una sintaxis y un conjunto  de palabras que provienen del imaginario científico. No obstante, más que afirmarse en su acreditación de verdad positiva, las palabras se traman como una especie de música que simula, a modo de barniz, la apariencia característica de la textualidad y la burocracia académicas. La poesía de Eguía finge taxonomías e hipótesis en búsqueda de resultados (vitales) que nunca se alcanzan. Al mezclarse con el lenguaje poético (con la ironía de base, discreta, que posee esta escritura), las fases de la verificación que requieren los sistemas científicos empíricos fracasan, no pueden probarse ni concederse como válidos.