A vos te parece absurdo asociar la idea de patria con la idea de placer y te gusta pensar que tu patria en verdad es la feliz coincidencia entre una parte tuya y un punto instantáneo del mundo. Te gustaría anotar en tu pasaporte, en el espacio reservado a la nacionalidad, el nombre de todos los cafés y confiterías donde, por un instante, te sentiste coincidiendo con vos mismo. Una de tus imágenes de la felicidad es una tarde en la Pastelería Suiza, en la Plaza de Figueira, en Portugal. Eran dos adolescentes en su primer viaje al exterior y habían gastado todo su dinero en libros de poesía que ahora se apilaban sobre tu mesa. Aun así, sin un centavo en los bolsillos, pidieron café, té y tostadas con miel. Alguna vez aprendiste que los trogloditas ya endulzaban su inquietante existencia con miel, por otra parte, muy probablemente fueron ellos los primeros en descubrir o intuir el precioso líquido por detrás de la vibrante luminosidad de los enjambres. Ella, que había tomado té y no café, pidió que la besaras para sentir un poco el sabor del café. Vos la besaste con todo el sistema solar en la boca, con cada núcleo atómico repitiéndole al oído que aquel momento no se repetiría nunca más y que comparado con aquel instante todo lo que estuviera por venir en su vida sería como una ciudad devastada por la peste. Y aunque ese momento parezca estar tan lejos, volviéndose casi una metáfora, de adentro de él es que parten, hasta hoy, en dirección a vos, donde quiera que estés, ritmos de dimensiones imprevisibles que considerás debés llenar con palabras.
EL LIBRO DE LOS POSTEOS de Carlito Azevedo
A vos te parece absurdo asociar la idea de patria con la idea de placer y te gusta pensar que tu patria en verdad es la feliz coincidencia entre una parte tuya y un punto instantáneo del mundo. Te gustaría anotar en tu pasaporte, en el espacio reservado a la nacionalidad, el nombre de todos los cafés y confiterías donde, por un instante, te sentiste coincidiendo con vos mismo. Una de tus imágenes de la felicidad es una tarde en la Pastelería Suiza, en la Plaza de Figueira, en Portugal. Eran dos adolescentes en su primer viaje al exterior y habían gastado todo su dinero en libros de poesía que ahora se apilaban sobre tu mesa. Aun así, sin un centavo en los bolsillos, pidieron café, té y tostadas con miel. Alguna vez aprendiste que los trogloditas ya endulzaban su inquietante existencia con miel, por otra parte, muy probablemente fueron ellos los primeros en descubrir o intuir el precioso líquido por detrás de la vibrante luminosidad de los enjambres. Ella, que había tomado té y no café, pidió que la besaras para sentir un poco el sabor del café. Vos la besaste con todo el sistema solar en la boca, con cada núcleo atómico repitiéndole al oído que aquel momento no se repetiría nunca más y que comparado con aquel instante todo lo que estuviera por venir en su vida sería como una ciudad devastada por la peste. Y aunque ese momento parezca estar tan lejos, volviéndose casi una metáfora, de adentro de él es que parten, hasta hoy, en dirección a vos, donde quiera que estés, ritmos de dimensiones imprevisibles que considerás debés llenar con palabras.
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