Habla a la manera de la poesía: mediante rodeos, resonancias, sin nombrar la cosa en sí pero transmitiendo su experiencia vibrante.
el día del cumpleaños / una estrella fugaz / que los binoculares no captaron / se fue de foco...
Florencia Fragasso consigue un equilibrio infrecuente, paradojal casi: sumergida de lleno en el mundo, lo contempla. Contemplación inmersiva, no distante. Celebratoria. Tal vez por eso, entabla con el tiempo una relación amorosa. En su devenir las cosas cambian, ganan peso, incluso se rompen o pierden. Pero también, en su mutación, se revelan:
un ficus al que nunca le tuve cariño sus raíces / levantan el suelo su copa de sombra impide que el pasto crezca / un ficus al que no quiero y sin embargo / este invierno parece / (...) una bailarina negra.
El trineo avanza, inexorable. De a ratos se desliza leve por una suave pendiente nevada. Casi pueden tocarse con los dedos las ramas de los árboles que bordean el camino. La vista es agradable: nos tienta soltar el trineo, saltar, fijar el paisaje. Sería, sin embargo, un error: la belleza y la poesía suceden en el movimiento.
Ilustración de portada: Eva Mastrogiulio
El trineo y su huella - Florencia Fragasso
Habla a la manera de la poesía: mediante rodeos, resonancias, sin nombrar la cosa en sí pero transmitiendo su experiencia vibrante.
el día del cumpleaños / una estrella fugaz / que los binoculares no captaron / se fue de foco...
Florencia Fragasso consigue un equilibrio infrecuente, paradojal casi: sumergida de lleno en el mundo, lo contempla. Contemplación inmersiva, no distante. Celebratoria. Tal vez por eso, entabla con el tiempo una relación amorosa. En su devenir las cosas cambian, ganan peso, incluso se rompen o pierden. Pero también, en su mutación, se revelan:
un ficus al que nunca le tuve cariño sus raíces / levantan el suelo su copa de sombra impide que el pasto crezca / un ficus al que no quiero y sin embargo / este invierno parece / (...) una bailarina negra.
El trineo avanza, inexorable. De a ratos se desliza leve por una suave pendiente nevada. Casi pueden tocarse con los dedos las ramas de los árboles que bordean el camino. La vista es agradable: nos tienta soltar el trineo, saltar, fijar el paisaje. Sería, sin embargo, un error: la belleza y la poesía suceden en el movimiento.
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