La fuente de Glosa (1985), de Juan José Saer, es sencilla: se resume en la pregunta «¿qué pasó en el cumpleaños del poeta Jorge Washington?». La respuesta se presenta con capas y capas de intensidad, con la fractalidad de los cristales, hipnóticos y fascinantes.
Imagine usted que por algún azar puede observar un cristal durante el tiempo que demora en formarse. Se sabe que los cristales, durante su crecimiento, dan lugar a figuras fascinantes, formas que, si bien en su expresión más elemental pueden ser muy simples, alcanzan configuraciones complejas.
El efecto ha de ser hipnótico. Algo similar ha de suceder, o al menos le sucedió a este lector en particular, durante la lectura de Glosa, de Juan José Saer: Glosa es una novela de una riqueza extraordinaria que se va desplegando con la parsimonia de los cristales, en una arquitectura igual de asombrosa.
Publicada en 1985, Glosa se funda, como dijimos, en una intriga sencilla y bastante intrascendente. Esa intriga elemental se despliega en una escena sin pretensiones: dos conocidos se encuentran en la calle y conversan durante 21 manzanas, en una caminata de no más de una hora.
PABLO FERRAIOLI
GLOSA de Juan José Saer
La fuente de Glosa (1985), de Juan José Saer, es sencilla: se resume en la pregunta «¿qué pasó en el cumpleaños del poeta Jorge Washington?». La respuesta se presenta con capas y capas de intensidad, con la fractalidad de los cristales, hipnóticos y fascinantes.
Imagine usted que por algún azar puede observar un cristal durante el tiempo que demora en formarse. Se sabe que los cristales, durante su crecimiento, dan lugar a figuras fascinantes, formas que, si bien en su expresión más elemental pueden ser muy simples, alcanzan configuraciones complejas.
El efecto ha de ser hipnótico. Algo similar ha de suceder, o al menos le sucedió a este lector en particular, durante la lectura de Glosa, de Juan José Saer: Glosa es una novela de una riqueza extraordinaria que se va desplegando con la parsimonia de los cristales, en una arquitectura igual de asombrosa.
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