Hay quienes fuerzan la cuerda y quienes poseen ese don, el de la poesía. Yo creo que Celina Feuerstein ha sido tocada –no tengo la menor duda–, por ese misterio.   La casa vacía, por ejemplo, este primer libro, parece escrito de un tirón, en un rapto de fiebre, de ahí la sensación de estar leyendo un libro redondo y perfecto como un mandala. En su centro, nada falta, o todo es falta, y brilla por su ausencia.   Con un lirismo arrasador y al mismo tiempo lúcido, despierto, cada poema avanza sobre un espacio físico, real, poblado de fantasmas (el padre, la madre, los hijos y la figura del amado) que están y no están, o están en nosotros y son, de una manera u otra, espejo de otro espejo. Libro de amor, libro del duelo que es todo amor, pero también de una fe candorosa, incansable, en los poderes mágicos de la poesía, que hace de esto aquello, y sobre todo convierte la noche oscura de la separación en un ejercicio luminoso. En esa alquimia –tan íntima y tan antigua–, ausencia y presencia, memoria y olvido se juntan, una vez más, en una danza entrañable, acaso sin fin, donde todo rima con todo, para alegría de nuestro corazón.  

Osvaldo Bossi