Hay una languidez del decir en los poemas de Lara que parece mostrar todo detrás de un tul, de algún material opacante. Los temas, las imágenes que habitualmente se prestarían al fervor poético acá aparecen bajo un signo negativo: los nadadores atraviesan el agua a velocidad pero emergen débiles, las palomas asustan porque sus movimientos son demasiado perfectos. Y esto parece llevarme a repensar la distancia entre aquellos poemas de Ted Hughes y sus objetos de observación: tal vez también Lara, como su traducido –después de todo siempre tenemos una conexión intensa con quien elegimos traducir–, prefiere mantener cierta distancia. Pero no de la brutalidad de la vida animal sino de la brutalidad de la vida humana. Prefiere metamorfosearse en perro, en tortuga, en elefante porque al fundirse con los distintos animales gana nuevas perspectivas, puede ver la escena desde unos pasos más atrás, desde unos ojos más instintivos que sentimentales. Gana tiempo para pensar y gana, para el poema, ese tono mate, esos tiempos detenidos, la posibilidad constantemente abierta del extrañamiento (la robotización de los animales pero también, en un rincón, la robotización propia). Y se me ocurre que es esta visión “a través de un tul” la que permite que el libro encuentre su esencia, su triunfo: brillar, pero brillar con esplendores modestos, con chispazos fríos y en consecuencia mucho más asimilables que el fulgor heroico.
Laura Wittner
LA MAQUINARIA CELESTE de Lara Segade
Hay una languidez del decir en los poemas de Lara que parece mostrar todo detrás de un tul, de algún material opacante. Los temas, las imágenes que habitualmente se prestarían al fervor poético acá aparecen bajo un signo negativo: los nadadores atraviesan el agua a velocidad pero emergen débiles, las palomas asustan porque sus movimientos son demasiado perfectos. Y esto parece llevarme a repensar la distancia entre aquellos poemas de Ted Hughes y sus objetos de observación: tal vez también Lara, como su traducido –después de todo siempre tenemos una conexión intensa con quien elegimos traducir–, prefiere mantener cierta distancia. Pero no de la brutalidad de la vida animal sino de la brutalidad de la vida humana. Prefiere metamorfosearse en perro, en tortuga, en elefante porque al fundirse con los distintos animales gana nuevas perspectivas, puede ver la escena desde unos pasos más atrás, desde unos ojos más instintivos que sentimentales. Gana tiempo para pensar y gana, para el poema, ese tono mate, esos tiempos detenidos, la posibilidad constantemente abierta del extrañamiento (la robotización de los animales pero también, en un rincón, la robotización propia). Y se me ocurre que es esta visión “a través de un tul” la que permite que el libro encuentre su esencia, su triunfo: brillar, pero brillar con esplendores modestos, con chispazos fríos y en consecuencia mucho más asimilables que el fulgor heroico.
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