La poesía es cosa de mestizos. Y no todos, y no siempre, la escriben. Abrazado por el cuerpo de la madre tierra, a veces al mestizo le basta con jugar con palabras, con formas ajenas. Jugar a que se es otro, jugar a que se es libre. Pero se queda huérfano. Sara Luna es canción de huérfano.
Leopoldo Brizuela
En sus manos estaba el aroma de hoy
De espaldas a mí, se tomaba la cara con las manos.
Había ensuciado las alacenas, la mesada
y parte del piso, como si estuviera
cambiando de piel, preparándose
para una transformación delicada.
Ya casi no podía ver
y al cocinar, como en una prueba,
sellaba sus párpados con huevo batido.
Ella estaba unida a las cosas de este mundo
a través del misterio de cada una de ellas.
Eso la aliviaba del dolor de envejecer.
Del horno sacó una máscara
hecha de masa de hojaldre.
Se la puso y se dio vuelta hacia mí.
Un pulso vibra en mis manos
mientras amaso, me dijo.
Cortando un tomate, agregó:
Cada cosa, por pequeña que sea,
por más marchita que esté, tiene su temblor.
Luego me acarició como los ciegos tocan: para ver,
y sentí que podría adormecerme
oliendo los restos de tomillo y ajo,
presintiendo que estos instantes venían de antes,
de cuando yo no había nacido
y ella estaba en su cocina de campo
con un tazón frente a la ventana,
batiendo, preparando mi vida.
-
1er PREMIO DE POESÍA
Fondo Nacional de las Artes
2018
SARA LUNA de Tom Maver
La poesía es cosa de mestizos. Y no todos, y no siempre, la escriben. Abrazado por el cuerpo de la madre tierra, a veces al mestizo le basta con jugar con palabras, con formas ajenas. Jugar a que se es otro, jugar a que se es libre. Pero se queda huérfano. Sara Luna es canción de huérfano.
Leopoldo Brizuela
En sus manos estaba el aroma de hoy
De espaldas a mí, se tomaba la cara con las manos.
Había ensuciado las alacenas, la mesada
y parte del piso, como si estuviera
cambiando de piel, preparándose
para una transformación delicada.
Ya casi no podía ver
y al cocinar, como en una prueba,
sellaba sus párpados con huevo batido.
Ella estaba unida a las cosas de este mundo
a través del misterio de cada una de ellas.
Eso la aliviaba del dolor de envejecer.
Del horno sacó una máscara
hecha de masa de hojaldre.
Se la puso y se dio vuelta hacia mí.
Un pulso vibra en mis manos
mientras amaso, me dijo.
Cortando un tomate, agregó:
Cada cosa, por pequeña que sea,
por más marchita que esté, tiene su temblor.
Luego me acarició como los ciegos tocan: para ver,
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oliendo los restos de tomillo y ajo,
presintiendo que estos instantes venían de antes,
de cuando yo no había nacido
y ella estaba en su cocina de campo
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1er PREMIO DE POESÍA
Fondo Nacional de las Artes
2018
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