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APOLO CUPISNIQUE de Mario Montalbetti

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Apolo cupisnique es un festín de la elocuencia poética. Montalbetti muestra que hay la poesía y luego hay el lenguaje. Nos enseña a diferenciarlos, a través de momentos intensos de su historia personal. Nos vuelve poetas a sus lectores. Por un instante estupendos poetas como él.

Mirko Lauer

Si la historia de la poesía moderna en Latinoamérica fuera una pequeña fábula diríamos que un día el poeta era un vate que conocía el lenguaje del cosmos y su poema era una metonimia de la totalidad. Todos lo creyeron. Cuando dios enfermó y murió, el poeta –que era “la torre de dios”– debió asumir su pequeñez y se transformó en un pequeño dios él mismo. Y todos creyeron en sus magias parciales. Era un mago, por fin, pero también, secretamente, un ciudadano del olvido. Entonces debió revelar la verdad: no era un poeta, sino un antipoeta. Y así fue la poesía misma la que terminó con él.
Mario Montalbetti vino después, mucho después. Es lingüista y reveló que aquella magia era un truco, alguna prestidigitación, una habilidad,  y que incluso la antipoesía está hecha de esa materia que no puede fijarse jamás: el lenguaje. Supo que todo lo que puede predicarse es el desierto y que el azar, nunca la necesidad, hace que se nos aparezca el mundo bajo la forma de frases momentáneas, relámpagos de lo visible en el cielo del no saber. Supo que es posible decir algo pero también que es posible, con elocuencia, decir nada. ¿Montalbetti se habrá hecho poeta para explicarnos exactamente lo que el lenguaje no hace? Y sobre todo lo que no hace en el poema y acerca de ese yo que declara: “yo no soy de acá”, que declara lo que no es suyo, la naturaleza muerta, lo que no dice nada, lo que no ocurre. Los poetas objetivistas quieren hacer aparecer las cosas en la lengua; Montalbetti las hace aparecer por la densidad del no. Escribe: “¿Cuál es la diferencia entre una vaca y el lenguaje? Una vaca ¿qué es una vaca? Una vaca pace al lado del camino / el camino da un rodeo y lleva hasta el granero / la vaca cruza el camino sin rodeos / el lenguaje no puede hacer eso”.
Pero exactamente en ese instante, acaso cuando el poema termina pero no antes, lo que aparece de hecho es la poesía. Montalbetti ha descubierto –como en este libro breve y extraordinario cuya relectura lo hace todavía mejor–  que la poesía no crea ni percibe el mundo, es ciega, pero sí manifiesta el lenguaje en incesante movimiento y no vuelve las palabras aurorales y necesarias sino inesperadas, como una irrupción, en el incalculable efecto del azar que las encuentra y roza con la chispa del devenir. El poeta no hace cosas con palabras, sino dota al poema con la fuerza presente de lo que está allí, de lo que es, ni falso ni verdadero. Montalbetti lo dijo mejor: el poema se salva porque vuelve a la contingencia. 

Jorge Monteleone