Todo, que al fin es —reverberación— no más que palabras. Leo —un poco al sesgo, sin respetar la intimación de la parada— el comienzo de En el corazón mismo: “Las cosas pierden su importancia./ Todo entra en el lenguaje”. El lenguaje es la sombra de las cosas; ellas entran en él cuando ya no importan. Acaso por eso reclama ese mismo poema un quantum de emoción “que necesita entrar en la materia/ de esta humanidad que al crecer/ se ha hecho huérfana.” ¿Un latido? Un temblor, que es la otra manera de medir el infinito diminuto que somos. Infinito, el que somos y el ajeno, es lo que nos desborda. El poema, aquí, es canción que acuna este y el otro infinito: al borde de sí mismo, en el borde del abismo consabido, “cualquiera sea la imagen/ que fragua el lenguaje/ conmo-verá poco la indiferencia/ que nos ha de arropar/ en este estuche,/ maleta de doble fondo/ para nuestro viaje, ajuar y/ cuna definitiva/ en esta mortandad/ de nacimientos.” El poema es el eco dulce de esa indiferencia. Acunados por esa tonada que se alza y retarda quisiéramos cobijarnos en ella. “Pero nadie en verdad / vive en esta tierra, / es la poesía / la otra manera / de la realidad.” (La gran pastoral). Un libro impecable.
Pablo Oyarzún Robles
LOS PUENTES CORTADOS de Virgilio Rodríguez
Todo, que al fin es —reverberación— no más que palabras. Leo —un poco al sesgo, sin respetar la intimación de la parada— el comienzo de En el corazón mismo: “Las cosas pierden su importancia./ Todo entra en el lenguaje”. El lenguaje es la sombra de las cosas; ellas entran en él cuando ya no importan. Acaso por eso reclama ese mismo poema un quantum de emoción “que necesita entrar en la materia/ de esta humanidad que al crecer/ se ha hecho huérfana.” ¿Un latido? Un temblor, que es la otra manera de medir el infinito diminuto que somos. Infinito, el que somos y el ajeno, es lo que nos desborda. El poema, aquí, es canción que acuna este y el otro infinito: al borde de sí mismo, en el borde del abismo consabido, “cualquiera sea la imagen/ que fragua el lenguaje/ conmo-verá poco la indiferencia/ que nos ha de arropar/ en este estuche,/ maleta de doble fondo/ para nuestro viaje, ajuar y/ cuna definitiva/ en esta mortandad/ de nacimientos.” El poema es el eco dulce de esa indiferencia. Acunados por esa tonada que se alza y retarda quisiéramos cobijarnos en ella. “Pero nadie en verdad / vive en esta tierra, / es la poesía / la otra manera / de la realidad.” (La gran pastoral). Un libro impecable.
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