3 CUOTAS SIN INTERÉS TODOS LOS DÍAS, TODOS LOS BANCOS

Esta pequeña, casi diminuta novela (que de hecho llamamos “novela” más por su estructura que por su extensión), transcurre, como todos los textos de Zui Long -tanto relatos como ensayos- en el Reino de Hacia: construcción espacio-temporal inclasificable, en la que conviven elementos arcaicos y modernos, tan cerca de palacios medievales o del paisaje social de la Dinastía Tang como de una distopía post-industrial sórdidamente occidental.    

El relato se articula alrededor de otra recurrencia (aunque menos explícita) de la obra de Zui Long: cuerpos, o partes del cuerpo, que crecen y decrecen, que se transforman de una manera no convencional pero, aparentemente, por el tono del narrador y la reacción de los personajes, nada sorprendente.

Así suceden las cosas en el Reino de Hacia, un mundo que no está compuesto por la falsa disyuntiva cuerpo-mente (tan combatida por Zui Long, en tanto poeta y en tanto artista marcial y terapeuta) traspolable a las disyuntivas verdad-mentira, realidad-ficción.

Así, una joven tiene un pecho que se agiganta o se achica según su estado de excitación sexual; y luego un bebé vengador crece por las noches y retoma su tamaño normal con la salida del sol.

El hecho narrativo, el motor sutil de Pupila, es, tal vez, la venganza. Pero no ya una venganza tradicional, entre pares sincrónicos, simultáneos, sino desplegada en el tiempo, como un fenómeno profundo e inevitable de la naturaleza. Como si el humano encontrara en la venganza una forma de habitar su naturaleza, su pulso ancestral; una verdad natural, expresada en una narrativa estacional, rítmica, pre-neurótica.

Pupila fue escrita, no solo en castellano, sino para público occidental. Fue la obra que se iluminó en Zui Long para ayudarnos a desandar el camino de una traducción posible del pensamiento chino (al menos, de lo que él portaba del pensamiento chino, esa especie de “anarco taoísmo”, como escribió en algunos cuadernos) a la vida de un sujeto occidental, urbano.

Es posible que sólo así pueda haber compuesto esta especie de “tragedia” que no lo es en términos occidentales, ya que no atañe al “ser” de los personajes sino al “no-hacer”, es decir, al proceso temporal que los contiene.   

PUPILA de Zui Long

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Esta pequeña, casi diminuta novela (que de hecho llamamos “novela” más por su estructura que por su extensión), transcurre, como todos los textos de Zui Long -tanto relatos como ensayos- en el Reino de Hacia: construcción espacio-temporal inclasificable, en la que conviven elementos arcaicos y modernos, tan cerca de palacios medievales o del paisaje social de la Dinastía Tang como de una distopía post-industrial sórdidamente occidental.    

El relato se articula alrededor de otra recurrencia (aunque menos explícita) de la obra de Zui Long: cuerpos, o partes del cuerpo, que crecen y decrecen, que se transforman de una manera no convencional pero, aparentemente, por el tono del narrador y la reacción de los personajes, nada sorprendente.

Así suceden las cosas en el Reino de Hacia, un mundo que no está compuesto por la falsa disyuntiva cuerpo-mente (tan combatida por Zui Long, en tanto poeta y en tanto artista marcial y terapeuta) traspolable a las disyuntivas verdad-mentira, realidad-ficción.

Así, una joven tiene un pecho que se agiganta o se achica según su estado de excitación sexual; y luego un bebé vengador crece por las noches y retoma su tamaño normal con la salida del sol.

El hecho narrativo, el motor sutil de Pupila, es, tal vez, la venganza. Pero no ya una venganza tradicional, entre pares sincrónicos, simultáneos, sino desplegada en el tiempo, como un fenómeno profundo e inevitable de la naturaleza. Como si el humano encontrara en la venganza una forma de habitar su naturaleza, su pulso ancestral; una verdad natural, expresada en una narrativa estacional, rítmica, pre-neurótica.

Pupila fue escrita, no solo en castellano, sino para público occidental. Fue la obra que se iluminó en Zui Long para ayudarnos a desandar el camino de una traducción posible del pensamiento chino (al menos, de lo que él portaba del pensamiento chino, esa especie de “anarco taoísmo”, como escribió en algunos cuadernos) a la vida de un sujeto occidental, urbano.

Es posible que sólo así pueda haber compuesto esta especie de “tragedia” que no lo es en términos occidentales, ya que no atañe al “ser” de los personajes sino al “no-hacer”, es decir, al proceso temporal que los contiene.