Verter o revertir, convertir o vértigo, ansia o lanza, como sea: el poema es siempre un movimiento dental filoso en Querida, de Gabriela Bejerman. Porque la escritura, como diría el legendario Samuel Rosenstock,empieza en la boca. Pulsión infantil originaria: oler con el paladar, probar y degustar con el oído, sentir con los dientes para iniciarse en el universo del deseo. Con las palabras sucede algo parecido: antes que su posibilidad de gesta visual, el lenguaje de Querida tiene su propia disposición gastronómica, sus papilas gustativas, sus texturas sonoras; a veces se prefiere crudo, otras a punto, tierno o carbonizado y seco como un pan que en la puerta del horno se nos quema. El verso como beso: los textos convocan otra lengua de manera constante, un intercambio de fluidos y una gramática corporal que es puro desafuero: “vamos a guardar unas palabras en este sobre/ vos escribís una, yo la otra, y así”. Pero Querida no está, Querida se fue, y ahí comienza la proeza del poema, en busca de la lengua que falta: siempre falta.
Matías Moscardi
QUERIDA de Gabriela Bejerman
Verter o revertir, convertir o vértigo, ansia o lanza, como sea: el poema es siempre un movimiento dental filoso en Querida, de Gabriela Bejerman. Porque la escritura, como diría el legendario Samuel Rosenstock,empieza en la boca. Pulsión infantil originaria: oler con el paladar, probar y degustar con el oído, sentir con los dientes para iniciarse en el universo del deseo. Con las palabras sucede algo parecido: antes que su posibilidad de gesta visual, el lenguaje de Querida tiene su propia disposición gastronómica, sus papilas gustativas, sus texturas sonoras; a veces se prefiere crudo, otras a punto, tierno o carbonizado y seco como un pan que en la puerta del horno se nos quema. El verso como beso: los textos convocan otra lengua de manera constante, un intercambio de fluidos y una gramática corporal que es puro desafuero: “vamos a guardar unas palabras en este sobre/ vos escribís una, yo la otra, y así”. Pero Querida no está, Querida se fue, y ahí comienza la proeza del poema, en busca de la lengua que falta: siempre falta.
Matías Moscardi
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