3 CUOTAS SIN INTERÉS TODOS LOS DÍAS, TODOS LOS BANCOS

Tener no impone lineamientos de lectura ni enuncia sus propias condiciones de creación; por ejemplo, no se explicita que parte del libro está escrito en boca de una figura masculina; tampoco se sabe, fuera de algunos indicios, ni dónde ni cuándo suceden los poemas. El resultado es un libro cuya intención principal no es establecer los límites de su propia recepción, sino ofrendarnos imágenes de “lo que hay”, sin restringir eso a una locación o a un objeto particulares. Esta frase, “lo que hay”, es uno de los títulos de Lo demás, su primer libro, y en esta categoría impersonal, pero material, entran distintos elementos: vivencias, visiones parciales, recuerdos. En esta categoría entra también lo que no se tuvo, y lo que se tuvo y se perdió. Entra todo lo que alguna vez tuvimos, o aún esperamos tener: “Las babushkas de Chernóbil, / su negativa a vivir en ninguna / otra parte; su salo y su aguardiente casero; / la cosecha de frutillas en Gaza; / los ciclos vitales de diecisiete años / de las cigarras; el submarino que no vuelve / y que se va, como se dice, ‘de patrulla eterna’. // Me entreno para recibirlas”.

Este libro, que en muchos sentidos se articula de modo impersonal, o sin imponer definiciones claras, no deja sin embargo de construir una imagen de una ofrendante: percibimos la sensibilidad de su atención, el cuidado con que reúne, recibe y nos devuelve fragmentos de nuestras vidas. Muchos de ellos son imágenes que cualquiera podría dar, sin sospechar que serían tenidas por valiosas: “Por un tiempo intenté escribirlo todo: / pájaros vistos al pasar en caminatas, / comidas compartidas o no / (…) las cosas que pasaron por la cara / de mi papá los meses / de su enfermedad, / los vecinos y las cosas que les escuchaba / gritarles a sus hijos…”. Tener nos devuelve nuestras propias daciones: las imágenes que ofrendamos sin saber, ignorando que alguien las recibiría como propias. Y porque los poemas nos devuelven lo que hemos dado, es como si nosotros fuéramos parte del libro. Fuéramos lo que la poeta, y por extensión el libro, tiene: “No es que no haya visto / lo que hiciste / (…) Te conozco más / que al juez”.

Tener convierte el armario de la razón en una alacena: cuando vamos a buscar una coordenada, un argumento, una cifra, encontramos los materiales de la vida en estado puro: la carne vencida, la cuchara sin lustre, los cuervos, la nieve.

TENER de Robin Myers

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Tener no impone lineamientos de lectura ni enuncia sus propias condiciones de creación; por ejemplo, no se explicita que parte del libro está escrito en boca de una figura masculina; tampoco se sabe, fuera de algunos indicios, ni dónde ni cuándo suceden los poemas. El resultado es un libro cuya intención principal no es establecer los límites de su propia recepción, sino ofrendarnos imágenes de “lo que hay”, sin restringir eso a una locación o a un objeto particulares. Esta frase, “lo que hay”, es uno de los títulos de Lo demás, su primer libro, y en esta categoría impersonal, pero material, entran distintos elementos: vivencias, visiones parciales, recuerdos. En esta categoría entra también lo que no se tuvo, y lo que se tuvo y se perdió. Entra todo lo que alguna vez tuvimos, o aún esperamos tener: “Las babushkas de Chernóbil, / su negativa a vivir en ninguna / otra parte; su salo y su aguardiente casero; / la cosecha de frutillas en Gaza; / los ciclos vitales de diecisiete años / de las cigarras; el submarino que no vuelve / y que se va, como se dice, ‘de patrulla eterna’. // Me entreno para recibirlas”.

Este libro, que en muchos sentidos se articula de modo impersonal, o sin imponer definiciones claras, no deja sin embargo de construir una imagen de una ofrendante: percibimos la sensibilidad de su atención, el cuidado con que reúne, recibe y nos devuelve fragmentos de nuestras vidas. Muchos de ellos son imágenes que cualquiera podría dar, sin sospechar que serían tenidas por valiosas: “Por un tiempo intenté escribirlo todo: / pájaros vistos al pasar en caminatas, / comidas compartidas o no / (…) las cosas que pasaron por la cara / de mi papá los meses / de su enfermedad, / los vecinos y las cosas que les escuchaba / gritarles a sus hijos…”. Tener nos devuelve nuestras propias daciones: las imágenes que ofrendamos sin saber, ignorando que alguien las recibiría como propias. Y porque los poemas nos devuelven lo que hemos dado, es como si nosotros fuéramos parte del libro. Fuéramos lo que la poeta, y por extensión el libro, tiene: “No es que no haya visto / lo que hiciste / (…) Te conozco más / que al juez”.

Tener convierte el armario de la razón en una alacena: cuando vamos a buscar una coordenada, un argumento, una cifra, encontramos los materiales de la vida en estado puro: la carne vencida, la cuchara sin lustre, los cuervos, la nieve.